Menos ruido y más nueces
- Graciela Quipildor
- 8 jun 2015
- 3 Min. de lectura

“Menos ruido y más nueces”, es una frase exigente. Cascar nueces es de por sí una tarea ruidosa. Requiere golpes certeros con un objeto contundente y algo de puntería. Creo que esa es la parte divertida. Pero la actividad se torna hueca e inútil si damos golpes a lo loco, sin calcular.
Así, el único ruido que escucharemos es de nuestros malos golpes y el de nuestra panza con hambre.
A la hora de emprender, todos hacemos ruido. Antes de arrancar, estamos meses dudando. Que no es lo mismo que detenerse a planificar, planeando todo lo que vamos a hacer. La mayoría perdimos tiempo dudando, pensando en todo aquello que puede salir mal. Y siempre hay una excusa que tomamos prestada del montón, que nos resulta práctica: “Es que en este país cuesta emprender, vos viste como es.”, “Los clientes son todos iguales.”, “La situación está difícil.”, etcétera, etcétera.
A todo esto las nueces, se quedan esperando que demos un golpe certero y las saquemos de una vez.
El ruido agota. No es buena idea musicalizar nuestro emprendimiento con la musiquita de la queja. La queja nos retrasa, nos enlentece, nos detiene.
En mi caso, no puedo permitirme largos períodos de negatividad, ya que mi trabajo como comediante es nada menos que hacer reír. Trabajar haciendo humor requiere básicamente que esté de buen humor todos los días. Entonces, para hacer bien mi trabajo, tuve que hacer del humor una actitud de vida. Eso le hace bien a mi trabajo, y principalmente a mi vida.
Por supuesto que hay épocas en las que tengo menos ganas de reír que en otras. Y si yo no me divierto, el humor no es genuino, y la gente no se divierte. Entonces, ¿Qué hago cuando tengo adentro algo de lo que quejarme y necesito decirlo para que no me explote adentro? Encontré una forma humorística de expresar aquello que molesta. Sea que se trate de una circunstancia pasajera, de una realidad social, de un defecto mío, de una equivocación, o una persona. Convertí la queja en una materia prima. La paso por el filtro de la ironía y el humor, y la convierto en un producto con el que el oyente, o el espectador, o el lector, se identifican. Al leerla, o escucharla, no se indignan. Se ríen. Entonces, expreso creativamente mi bronca y hago reír a alguien al mismo tiempo. Un negocio redondo.
Aunque exorcizar lo negativo es un buen recurso de humor, no es lo único que expreso. No quiero convertirme en el tipo de humorista cínica o 100% sarcástica, que no es capaz de reírse o de confesarse alegre por algo. Aprendí que tengo que ser responsable con lo que expreso. Si damos queja todo el tiempo, queja es todo lo que escucharemos de vuelta. Y no necesitamos más de eso.
Tengo el hábito de observar cosas simples y relatarlas en forma de textos con matices tiernos o contemplativos. Sé hacer humor, pero me permito otros matices a la hora de expresar. Ternura, alegría, denuncia social, provocación, hipótesis absurdas, críticas ácidas. De esa manera no me aburro, y no aburro. Sería algo así como hacer música con el ruido de las nueces. Y el motivo para hacerlo no es impresionar o mostrarme superada. Es simplemente COMPARTIR.
Cuando hay mucho ruido de nueces, recomiendo que nos fijemos si el ruido viene de nosotros, o hay un mal cascador de nueces cerca. Creo que hay que distanciarse de la gente que se queja mucho y hace poco. La queja y la actitud negativa son altamente contagiosas. Y el emprendedor no necesita más peso. Los quejumbrosos odian todo, pero aman a otros quejumbrosos. Los buscan para afilar su negatividad. Y nunca podremos sacárnoslos de encima. Escoger lo que escuchamos y absorbemos, la gente de la que nos rodeamos, es casi tan importante como la elección de la materias primas con las que trabaja un emprendimiento productivo.
Pegarle bien a las nueces, sin perder los dedos a los martillazos, es calcular bien los golpes para no malgastar energía ni perder la alegría, ni que se apague la pasión con la que nos enamoramos de nuestro emprendimiento.
¿Te animás a emprender?
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