Politología de las PASO
- Guadalupe Peralta Agüero
- 26 ago 2015
- 4 Min. de lectura

En este año electoral mucho se ha hablado ya sobre los candidatos, sus partidos, las alianzas, las propuestas, la intención de voto de la gente y los resultados esperados para octubre.
Particularmente después de las PASO, sin un ganador asegurado, la gente espera, atenta a que se forjen nuevas alianzas, a que el candidato contrario a su preferencia se equivoque y pierda votos, o que su candidato mejore su imagen pública y logre mayor apoyo. Las especulaciones actuales aseguran que los resultados oficiales se definirán en favor de Daniel Scioli (FPV) o Mauricio Macri (Frente Cambiemos), dependiendo de la opción que tome la mayoría de los votantes de Sergio Massa (UNA) que decidan ejercer un voto estratégico en favor del candidato que más les guste (o menos les disguste) de los dos que tienen chances de ganar.
Los candidatos pueden recibir tres tipos de votos, repartidos en distintas proporciones: votos leales, votos ideológicos y votos estratégicos. El primer tipo corresponde a aquellas personas que más allá de lo que el candidato (o su partido) haga u ofrezca votarán por él. Estos votantes constituyen el núcleo electoral del partido y generalmente son afiliados y militantes. El segundo grupo corresponde a votantes que comparten los objetivos de política, las propuestas y las acciones de las gestiones previas, pero que no están afiliados al partido. Por último, el voto estratégico es aquel que se ejecuta cuando el votante prefiere a un candidato que tiene muy bajas probabilidades de ganar, pero no quiere “perder” su voto, por lo que elige entre los dos primeros candidatos con probabilidad de ganar.
Los votantes ideológicos y los votantes estratégicos demandan que los candidatos y sus partidos ofrezcan propuestas coherentes sobre al menos algunos temas relevantes de políticas públicas, que den cuenta de los logros obtenidos en sus gestiones previas y que se preocupen por la imagen que representan. Ésta última generalmente se construye en torno a la figura de una persona honesta, trabajadora, con preocupaciones sociales, que renuncia a los avatares de una vida laboral y familiar tranquila por su vocación de ofrecernos un país mejor.
En este contexto, el público ve como algo “malo” que el político se preocupe por votos, por obtener rédito electoral de sus acciones, o por proponer políticas populares, por ser tildadas de clientelistas. Lo cierto es que los políticos, al igual que cualquier persona inserta en un modo economicista, se preocupan por maximizar utilidades. En efecto, las utilidades del político pueden ser reducidas únicamente a votos, ya que a través de ellos los políticos acceden a oficinas gubernamentales que les permiten obtener poder, prestigio y dinero. Esto no anula que el político tenga sinceramente preocupaciones sociales, sino que a través del poder, el prestigio y el dinero es que puede conseguir poner en marcha aquellas políticas destinadas a conseguir un país mejor, de acuerdo a su definición de “mejor”. Es decir, son los votos los que le otorgan la potestad de gobernar de acuerdo a sus preferencias, con distintos grados de dificultad de acuerdo a la conformación de la Cámara de Senadores y Diputados y a las leyes y reglas constitucionales del país.
Sin embargo, los votantes no parecen estar preocupados por exigirles a los políticos que declaren el origen de los fondos que financian sus campañas electorales ni que realicen debates presidenciales televisados previos a las elecciones en las que respondan a preguntas concretas que los votantes quieren saber, como sucede en la mayoría de los países de primer mundo. Estas demandas surgen esporádicamente en medios de comunicación o redes sociales, impulsadas principalmente por académicos, especialistas y ONG, más no están en boca de la ciudadanía en general. En tiempos electorales cabe recordar que es derecho y obligación de los ciudadanos exigirle a los gobernantes que den cuenta de lo que hacen y cómo lo hacen.
En Argentina estos mecanismos de rendición de cuentas (accountability) se encuentran muy poco aceitados, lo que necesariamente deberíamos corregir en los años venideros. Más aún, para atacar el problema de la corrupción, la malversación de fondos públicos, los vínculos políticos con organizaciones criminales, robustecer los mecanismos democráticos de gobierno, a la vez que priorizar la gestión en áreas clave de desarrollo, es imprescindible que nos aboquemos a esta tarea.
Mientras ese esclarecimiento permanezca ausente estaremos eligiendo como gobernantes a candidatos que para llegar a esas posiciones podrían haber violado leyes nacionales, recurrido a negociaciones con organizaciones ilícitas o utilizado fondos públicos. Asimismo, estaremos eligiendo gobernantes que ni siquiera hacen el esfuerzo de ofrecernos propuestas en todas las áreas de políticas públicas indispensables para el progreso del país.
Si bien se sabe que en Argentina la mayoría de los aportes a las campañas políticas provienen de donaciones de funcionarios públicos y de los mismos candidatos, no existe registro de qué cantidad de dinero es ésta y qué porcentaje es financiado por otros medios. Recordemos que durante los últimos años ha habido distintas denuncias de este tipo a algunos políticos, por ejemplo, que vinculan a Cristina Fernández de Kirchner con el negocio de efedrinas en su campañas de 2007, a Sergio Massa con la cocaína en 2013, a Mauricio Macri se lo acusó de utilizar fondos de la Ciudad en su campaña del 2014, a Martín Lousteau de usar recursos de la Facultad de Economía de la UBA en las elecciones de este año por la Ciudad, entre otros.
Asimismo, si bien todos los candidatos presentan propuestas como parte de su campaña electoral, algunas áreas indispensables para el desarrollo del país permanecen en incógnita, como, por ejemplo, en estas elecciones los dos principales candidatos a presidente no han ofrecido propuestas para las áreas de economía y mercado de trabajo.
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